una mirada al sur

Hay cosas en Buenos Aires que todavía no había descubierto en otras ciudades.  Hay un drama en la manera de mirar las cosas. Es como si el fin estuviese tan cerca y que nada pudiera hacerse, excepto dramatizar. Hay una forma un tanto trágica de mirar la vida. El tango tiene gusto de una pérdida, mientras nosotros sufrimos con el batuque de samba.

En Brasil, aunque no nos falten buenos cantantes, no se practica en las plazas. Es que no tenemos tantos espacios verdes y parques. Aquí, sin embargo, las personas hacen de las plazas un punto de encuentro, quitan las ropas y se encuestan para tomar sol – un costumbre europeo por así decir -, en Brasil las plazas con sus fuentes sirven para ocultar un paisaje de míseros árboles.

No es sencillo mirar el cielo porteño en la primavera. Las jacarandas y tabebuias están por todo, cubriendo las ventanas de los edificios más altos y cerrando las calles desde arriba. Sólo cuando el viento sudestada sacude los árboles deja que te mire la luna desde un punto.

Los cafés porteños, otra tradición argentina poco cultivada en el Brasil exportador de granos, están siempre llenos y con muchos brasileños del sur. En parte porque la imposibilidad financiera de viajar a Europa hace del verano porteño un destino perfecto. Otra porque, quizá, sea la condición más barata para el acceso al duty free, una vieja pasión de la nueva clase media brasileña. 
Una lástima para los brasileños es que no hace frio en la humidad de enero y tampoco se habla inglés o francés por acá. Es desmedido, incluso. Si se van al Estados Unidos intentan hablar en inglés, pero cuando vienen para acá hablan en portugués y esperan que comprendan e acepten de buen grado. Además, tienen el infeliz costumbre de tratar los argentinos como si estuviesen en un partido de futbol al final del mundial.  

Los argentinos tienen una conciencia nacional más allá del futbol. Hay una cuestión nacional que no se rompe. Se manifiestan, hacen cacerolazos, luchan por sus derechos y defienden la clase social que representan. Los brasileños, aunque desacreditados con el gobierno o inconformados con las decisiones del Supremo Tribunal Federal, callan. Las calles en Brasil sirven para pasar con los autos y también para asfaltar. Además, con tantas reducciones de impuesto para comprar un auto, no hay razones para pensar en recorrer en bicicleta como a los porteños les gusta.
Otro paradojo es la actuación del estado brasileño a los delitos de lesa humanidad. Aunque tenemos una presidenta que fue secuestrada y torturada en la dictadura, no tenemos el juicio político contra los torturadores y tampoco somos ejemplo en contra de aquellos que violaran los derechos humanos. Es un temario menor en Brasil.

Hace pocos días leí que los ruidos de Buenos Aires superan lo permitido por ley. Es decir que hay un rumor continuo de la gente que pasa, los bocinazos, los gritos, los motores en marcha y las frenadas de la esquina. Y yo que pensaba que las vías bloqueadas caminaban con menor agresión sonora. 

En Buenos Aires pasa todo, diferente de lo que algunos piensan. Aquí se va bien, realmente bien.  
  

 

 

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